Para muchas personas los gatos son una parte fundamental de su vida y una fuente de amor infinita. Sin embargo, hay otras que sienten todo lo contrario… les tienen miedo.
Tal vez no lo sabías, pero esta tiene fobia tiene un nombre: ailurofobia, y quienes la padecen experimentan momentos de auténtico pánico cuando tienen cerca a un pequeño felino, que no pueden llegar a controlar, si no es con ayuda de un profesional.
¿Qué es la ailurofobia?
Como decíamos, la ailurofobia es la fobia a los gatos y, como toda fobia, eso consiste en sentir un miedo irracional. En este caso, hacia este animal en concreto.
Es muy normal sentir cierto respeto hacia algunos animales, incluso a algunos tan comunes como los felinos. Estos son a veces un poco impredecibles y no sabemos cuándo nos pueden saltar encima o arañar.
Sin embargo, cuando un miedo te paraliza, es irracional y te perjudica para llevar una vida normal, pues te causa síntomas como la ansiedad, estamos hablando de una fobia.
¿Qué nos puede llevar a tener fobia a los animales?
Lo primero que nos explica María Gallego, psicóloga sanitaria en el Hospital Nuestra Señora de la Esperanza en Santiago de Compostela y miembro de Top Doctors es que no todo miedo a los gatos constituye una fobia. “La fobia se diferencia del miedo en que, mientras el miedo es una emoción primaria que no tiene por qué ser irracional, en las fobias, en cambio, hay un miedo desproporcionado respecto a la situación; tienen un carácter irracional, siendo la persona consciente de esa irracionalidad; están fuera del control voluntario por parte del que la padece (es decir, la persona no las puede controlar, lo que conlleva gran malestar o sufrimiento) y, al igual que los miedos, conducen a la evitación de la situación temida”, nos detalla.
Y nos explica que existen tres grandes tipos de fobias. “Las llamadas fobias específicas, las más prevalentes, constituyen uno de ellos. En estas la persona manifiesta un temor acusado y persistente ante una situación u objeto concreto. Asimismo, reconoce que el miedo que experimenta es irracional (aunque dicho criterio no sea necesario en el caso de los niños) y evita o soporta la situación con un gran malestar”, cuenta y añade que la fobia a los animales es una fobia de este tipo: una fobia específica.
Síntomas de ailurofobia
Cuando una persona con ailurofobia se expone al estímulo fóbico, en este caso a los gatos, se desencadena en ella una respuesta inmediata de miedo que puede desembocar en una crisis de pánico”, nos dice la psicóloga María Gallego. Los síntomas, básicamente, son:
– Pensamientos y emociones, entre los que se encuentran expectativas catastróficas, por ejemplo: me va a morder, se me va a lanzar encima, perderé el control, etc.
– cambios en el cuerpo, como son las reacciones fisiológicas, como taquicardia, sudoración, temblor, dificultades en la respiración, molestias gastrointestinales, dolor de pecho, nauseas, mareos.
– Evitación: Otra de las señales de que alguien padece ailurofobia es la conducta de evitación. Por ejemplo, cuando quien la padece sabe que un familiar o amigo tiene gato en casa evita ir a visitarles.
– Y, por último, habitualmente conductas de huida que nos llevan a evitar la situación temida o conductas de búsqueda de seguridad (ir acompañado por una calle en la que se haya cruzado con algún gato callejero, por ejemplo).
Causas de la ailurofobia:
Es habitual que la fobia a los gatos se presente desde la infancia, aunque no en todos los casos es así. Las causas pueden ser muy variadas y, entre las más comunes, se encuentran las que siguen:
- Una experiencia traumática relacionada con felinos en el pasado: Por ejemplo, una persona que en su infancia pudo ser atacada por un gato o que presenció una pelea entre estos animales que le creó un trauma. Si esos hechos le produjeron a la persona miedo, ansiedad, etc. en el momento que los vivió, su cerebro realizará un aprendizaje asociativo, reaccionando de igual manera cada vez que tiene un gato cerca.
- Predisposición: Se dice que hay individuos que tienen más predisposición que otros a padecer determinadas fobias. Es el caso, por ejemplo, de aquellas que tienen tendencia a sufrir ansiedad.
- Condicionamiento vicario: Se trata de una fobia aprendida o por observación en la infancia. Esto significa que alguien muy cercano a la persona con ailurofobia, en su infancia, reaccionaba de manera exagerada frente a los gatos, diciéndole que se alejase, que le podían hacer daño, etc. El cerebro de ese individuo asimiló que había que tenerles miedo a los gatos y si ese miedo no desapareció, puede ir creciendo con él, hasta convertirse en fobia.
- Creencias populares: Por suerte, esta idea está desapareciendo, pero, por todos es sabido, que los gatos, especialmente los gatos negros, se han relacionado con las brujas, la mala suerte, etc.
¿Se puede tratar la fobia a los gatos?
Sí, la fobia a los gatos se puede tratar hasta que desaparezca, pero requiere de tiempo y de que la persona afectada ponga mucho de su parte.
La mejor manera es exponerse a la causa que provoca la fobia, en este caso los gatos, de forma gradual. Si la persona decide hacerlo por sí misma, con o sin apoyo de su entorno, genial. Sin embargo, la mayoría de las veces es necesario contar con la ayuda de un profesional.
¿Cómo puede una persona gestionar la ailurofobia?
Como decíamos, no todos los miedos tienen por qué ser o convertirse en fobias. “La ailurofobia, tanto en el adulto como en el niño, conviene que sea tratada por un psicólogo con experiencia en este tipo de problemas. En relación a la forma de tratarlo, es interesante saber que el miedo se puede medir. Los psicólogos emplean entrevistas y cuestionarios específicamente diseñados para ello, y proporcionamos registros para que la persona cubra y así poder valorar la intensidad de lo que siente y en qué situaciones lo experimenta”, nos dice María Gallego. Y en cuanto al tratamiento, apunta que es distinto trabajar con niños que con adultos, y los componentes serán diferentes en función del caso concreto.
Por eso, es importante en su opinión ponerse en manos de un profesional de salud mental, psicólogo, para que le pueda ayudar. “Además, le recomiendo hablarlo con un médico. En el caso de que se trate de un adulto conviene consultarlo con el médico de cabecera o un psiquiatra y, en el caso de un niño, recomiendo informar a su pediatra”, nos dice la psicóloga María Gallego.
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